武士 の 孤独 Bushi no kodoku

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Quadern d'autodefensa

dijous, 23 de març del 2023

Apologia de la burocràcia, 9. El dret a un mort per persona

 

«Aprendí que los muertos que han sido nombrados y contados no están perdidos.»

Jenni explica amb precisió on rau la grandesa de l’actuació de Paul Teitgen, el buròcrata que s’enfronta als assassins i registra llur activitat. Que s’hi enfronta precisament pel fet de de dur un registre:

Hizo el único gesto humano posible en esa tempestad de fuego, de astillas cortantes, de puñaladas, de golpes, de ahogamientos, de electricidad aplicada al cuerpo: censó a los muertos uno por uno y conservó sus nombres. Detectaba su ausencia y pedía cuentas al coronel que venía a hacerle su informe. Y este, molesto, exasperado, le respondía que habían desaparecido. Bueno, de acuerdo, o sea que han desaparecido, proseguía Teitgen, y anotaba su número y su nombre.”

Imagina l’escena, la discussió entre el buròcrata i el militar, entre l’administratiu i el botxí:

Vieron bajar a Teitgen al sótano, con otro civil, que era comisario de policía, de esa policía urbana descargada de sus deberes. Llevaban el fajo de papeles de asignación de residencia, documentos administrativos, formularios nominativos para firmar. Llevaban también un álbum de fotos. Se lo enseñaron a todos aquellos con los que se cruzaron, se lo enseñaron a Trambassac, y contenía fotos horribles de cuerpos mutilados, tomadas en unos campos alemanes.

- Esto lo hemos vivido nosotros personalmente, y nos lo encontramos otra vez aquí.

- Yo también lo viví, Teitgen. Pero déjeme que le enseñe lo que pasa aquí.

Blandió la primera plana de L'Écho d'Alger, donde se veía a toda página, por suerte en blanco y negro, la devastación de L'Otomatic, con los clientes destrozados tirados entre los restos del escaparate.

- Esto es lo que buscamos: a los que han hecho esto. Se hará todo lo posible para encontrarlos y que dejen de hacerlo. Todo.

- Pero no se puede hacer todo.

- Tenemos que ganar. Si no ganamos, usted tendrá razón y no habrá sido más que una carnicería inútil. Si conseguimos la paz, habrá sido solo el precio que había que pagar.

- Pero ya hemos perdido algo.

- En qué está usted pensando? ¿En la ley? ¿No encuentra un poco ridícula la ley de nuestros días? No esta hecha para los tiempos de guerra, sino que gestiona la rutina cotidiana. Pero sus documentos, estoy encantado de firmárselos uno detrás de otro.

- Que estemos en la ilegalidad carece de importancia, Trambassac, en eso estoy de acuerdo con usted. Pero ya no se trata de eso. Si nos enrocamos en el anonimato y la irresponsabilidad, eso nos conduce a los crímenes de guerra. En mis documentos, como dice usted, en cada uno de mis documentos, quiero el nombre de una persona y una firma legible.

- Déjeme trabajar, Teitgen. Entre mis chicos, los que no quieren hacerlo no lo hacen. Pero aquellos que no cargan su fardo a los demás, pues bien, lo llevan ellos.

- Hasta aquellos que no lo hacen acabaran manchados. Esto caerá sobre todos nosotros. Llegará hasta Francia

- Déjeme, Teitgen, que tengo trabajo.”1

(…..)

Teitgen no temblaba, ni de miedo ni de asco, ni se desanimaba jamás, Detrás de sus gruesas gafas, lo miraba todo de frente, el coronel ante él, la necrópolis de tinta dispuesta a lo largo de las paredes, las cuentas que eran la huella de los muertos. Él era el único que llevaba la cuenta de las personas. Acabó por dimitir, se explicó públicamente. Se lo podía encontrar ridículo, con su aspecto y sus documentos para rellenar. Parecía una rana que pide cuentas a una asamblea de lobos, pero una rana animada por una energía sobrenatural, cuyas palabras no son las suyas, sino la expresión de lo que debe ser. Durante toda la batalla de Argel ocupó el lugar de un dios-rana apostado a la entrada de los Infiernos: pesaba las almas y lo anotaba todo en el Libro de los muertos. Podemos burlarnos de ese hombrecillo que sufría con el calor, que miraba a través de sus gruesas gafas, que se ocupaba de los papeles que había que rellenar, mientras otros estaban de sangre hasta los codos, pero también podemos admirarle como se admira a los dioses zoomorfos de Egipto y rendirle un discreto culto.”2

El tractament literari, la potència de la metàfora i el ressò clàssic de les imatges –la necròpoli de tinta, l’assemblea de llops, l’entrada als inferns, el pes de les ànimes...- no solament no difuminen l’horror de la nostra visió com a lectors. Ens el fan més present, més terrible. Entenc que aporta una prova a la meva tesi: la ficció és vehicle de la veritat, o ho pot ser. I la veritat és que Teitgen anota els morts, atorga un mort a cada persona. Els compta i així els inclou entre els que eren vius i van morir, un a un. Un simple tràmit burocràtic els torna la condició humana.

 

 1. Alexis Jenni, El arte francés de la guerra, RBA, Barcelona, 2012 pp.537-8

2. Ibid, p.542

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