A banda de la gosadia, de la temeritat amb què s’hi embarcaven, un dels aspectes que més em crida l’atenció dels relats dels grans viatges de navegació i exploració dels inicis de la modernitat és la fam que s’hi passava. Vaig comentar aquest aspecte en la meva referència al llibre sobre el primer viatge a l’Índia de Vasco de Gama, en un episodi involuntàriament còmic:
Judith Schalansky condensa, amb gran capacitat, l’horror de la fam a bord de la flota de Magallanes, en la pàgina que dedica a l’illa de Napuka, batejada per l’almirall com Isla de la Decepción:
“Cuando el 28 de noviembre de 1520 por fin lograron alcanzar el océano y tomaron rumbo noroeste, el capitán general Fernando de Magallanes anunció que necesitarían al menos un mes para llegar a las Islas de las Especias, pero ya nadie creyó sus palabras. Durante largas semanas no habían avistado ni un solo trozo de tierra, el océano estaba perpetuamente en calma y por ello lo llamaron Mare Pacífico. Era como si se hubieran abierto las puertas del cielo y navegaran directamente hacia la eternidad. Poco tiempo después la brújula dejaría de tener fuerzas para apuntar al norte y no habría suficiente comida para toda la tripulación: las galletas no eran más que migas, cubiertas de cagadas de ratón y de gusanos, y el agua potable era un caldo putrefacto y amarillento. Para no morir de hambre se alimentaron de serrín y del cuero con el que se envuelve los mástiles para protegerlos de las heladas. Tenían que mojar los pedazos de cuero, duros como una piedra, durante cuatro o cinco días en el mar para lograr ablandarlo, luego lo asaban en carbón y se lo tragaban al fuerza. // Cuando descubrieron que había ratas a bordo, comenzó la cacería. Por un ejemplar famélico se llegó a pagar medio doblón de oro; uno de los marineros se encontraba tan desesperado que engulló una rata cruda, entera, y otros dos se enzarzaron en tal pelea por otro ejemplar, que uno de ellos acabó matando al otro a hachazos. Según la ley, el homicida debía ser descuartizado, pero nadie tenía fuerzas para cumplir la sentencia, por lo que lo estrangularon y lo arrojaron por la borda. // Cada vez que moría un marinero, Magallanes se apresuraba a envolver el cadáver con una lona y lanzarlo al mar, antes de que sus hombres cometieran canibalismo. En efecto, los supervivientes miraban a los cadáveres frescos con tanta avidez que hasta les sangraban las encías. // Cuando por fin, cincuenta días después, avistaron tierra, no encontraron ningún lugar para fondear el ancla y los marineros que llegaron a la isla en botes no encontraron nada para calmar su hambre ni su sed; por eso la llamaron Isla de la Decepción y continuaron su viaje. El escribano del barco, Antonio Pigafetta, anotó: Estoy convencido de que nadie osará emprender de nuevo un viaje tan desesperado como este.”
Judith Schalansky, Atlas de islas remotas, Napuka, Islas de la Decepción, p.70
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